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… o de lo “renovable”, que resulta más bien un eufemismo dentro de esta sociedad consumista donde se adquieren productos solamente por un determinado tiempo y después se prescinde de ellos.

Pero, ¿cómo es que comenzó esta idea de tirar y comprar un mismo producto con mejores características y apariencia?

Tal vez el mundo de la moda influyó de forma contundente a esta práctica. Con el cambio de estaciones y el cambio regular de distintos tipos de ropas -abrigadoras en invierno y ligeras en verano- las empresas, incluyendo al “estilo” en este proceso, provocaron la renovación interminable de guardarropas multitudinarios que estando a punto de estallar, tenían que ser vaciados nuevamente para dar espacio a nuevas prendas y artículos personales.

Aunque por otra parte, ya en el tiempo del auge automovilístico, las grandes empresas pudieron darse cuenta que aunque un carro podía ser símbolo de durabilidad, esa misma virtud tarde o temprano resultaría una limitante para el crecimiento empresarial.

No fue sino hasta las décadas de los 50 que esta realidad se hizo bastante aparente. Se necesitaba una nueva estrategia para lograr que aquellos que tenían un automóvil siguieran comprando nuevos vehículos. Este tipo de idea se extendió hacia otro tipo de sectores.

El plan fue el de instigar en la persona común un deseo continuo de renovación sobre lo que se posee, y la idea de que la felicidad estaba ligada directamente a los bienes, cosas que se convirtieron en los grandes logros de las campañas publicitarias en ese entonces. Fue así que tener un carro del año se volvió en una “necesidad” social.

Aunque este sentimiento no era compartido por todos. “¿Por qué comprar un carro nuevo si este que tengo tiene aun una larga vida por delante?”

Fue así que llegó la próxima gran idea en términos mercantiles: la obsolescencia planeada. Productos cuya vida se hiciera lo suficientemente larga como para no causar quejas de los consumidores; pero lo suficientemente corta como para poder ser remplazados por nuevos productos. Los carros de hoy en día tienden a convertirse en chatarra alrededor de las 200,000 millas, mientras que aquellos de hace poco menos de un siglo, son capaces de ser revividos, lo que los convierte en clásicos.

El descubrimiento de la obsolescencia planeada ha sido aplicado paulatinamente no solo en la industria automotriz, sino en todo tipo de industrias modernas a través de crear un objeto y hacerlo una necesidad, que tenga una longevidad “aceptable” para después volverlo arcaico al crear uno nuevo con mejores características.

La aplicación actual más obvia de este principio se ha dado en la computación, en la generación de programas y posteriormente, con la integración de características computacionales a teléfonos inteligentes. Las constantes actualizaciones, el incremento de datos en el contenido de internet y la simple facha del producto, terminan volviéndolo disfuncional, lento y fuera de estilo.

Las nuevas generaciones han crecido viendo todo esto como algo bastante normal, aunque dicha idea ha sido instalada en el subconsciente colectivo por un comercio predatorio cuya una consciencia radica en el valor monetario de las ideas, o su irremediable desecho por su falta de valía comercial.

Poseer lo último, lo más nuevo; deshacerse de lo anterior… forman parte de este tipo de conductas, las que nos muestran que vivimos en un tiempo en el que la línea entre la comodidad de tener y la enajenación de comprar sin medida es más bien borrosa.

Hoy en día, una empresa rentable es aquella que tiene aseguradas no solo sus ganancias, sino el crecimiento de estas año con año. Gracias a esta premisa, el avance tecnológico de nuestra era tiende a ser retrógrado en ciertos aspectos, como el de fomentar una cultura de desecho aun cuando se sufraga con una idea irrealista del reciclado.

La verdad es que mientras que materiales como los metales y ciertos tipos de vidrio pueden ser reciclados indefinidamente, otros como el papel; aguantan de 5 a 7 reciclajes; a la vez que la mayoría de plásticos solo pueden ser reciclados una vez, todos sufriendo degradación en cada renovación.

Los electrónicos, por su lado, acaban generalmente en basureros o incineradores por la pobre cultura de reciclaje, y los que no, son enviados a países subdesarrollados, en donde son desmantelados para usar ciertas partes de estos, mientras que el resto se convierte en basura. Cabe mencionar que en este proceso, se sueltan tóxicos cancerosos muy contaminantes para los trabajadores y el ambiente en general.

Es este tipo de cuestiones que hacen ver el reciclaje desde otro punto de vista muy distinto. La creación de basura es inevitable, aunque parece ser que la imperiosa y absurda necesidad de tener lo más actualizado también lo es.

¿Qué pasó con esa frugalidad que mostrara la gente apenas una o dos generaciones atrás? Se ha convertido precisamente en algo pasado, caduco, anacrónico y sin sentido alguno. Resulta obvio ver que, como idea, ha sido desechada también.

Mándenos sus comentarios a: rmsandoval@live.com

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