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No, no hablo de destruir a un creador o de volverlo una caricatura de su obra. El mundo del arte tiene demasiados canibalismos y puñaladas trapaceras para añadirle una más. Me refiero al acto de asumirlo, leerlo y conocerlo de principio a fin. Es un consejo digno de tomarse en cuenta para los amantes del libro y la lectura.

Alguna vez leí un texto periodístico del crítico Juan Arturo Brennan, a raíz de un aniversario de Mozart, donde comentaba haber dedicado a escuchar, durante todo ese mes de diciembre en curso, la totalidad de la música del genio de Salzburgo.

No recuerdo qué cosa más me maravilló más. Si el hecho de haberlo podido escuchar en su totalidad o, simplemente, de poseer en su casa toda la infinitesimal y diarreica capacidad musical de Mozart. (Esto quizá fue en 1991, cuando se dio un centenario de su fallecimiento y yo me creía todo lo que leía)

Esa epopeya auditiva me emocionó bastante y me pregunté si tendría algún equivalente en la literatura -a veces, menos rumbosa, glamorosa, inmediata e instantánea que la música.

Que eso no era imposible me lo enseñó en una feria del libro el crítico Emmanuel Carballo.

Sucedió que le regalé dos de mis libros -acabábamos de conocernos- y, paseando por la feria, tuvo la cortesía de comprar otros dos que estaban a la venta en uno de los módulos.

Entre escritores y críticos nos tratamos como los papás con bebés pequeños: nadie pregunta si su hijo es bonito o el más bonito de todos porque estamos más que seguros de que el nuestro es el más precioso. Del mismo modo, si ambas partes están conscientes de que la criatura salió poco agraciada, el asunto jamás se comenta… enfrente del otro.

Así que no le pregunté para nada al viejo Carballo -terrible guardián de las letras mexicanas- qué opinaba de mis libros. Era mejor quedarse con la duda pero, al día siguiente, en un desayuno, hice un chiste que él de volada ubicó que ya aparecía en uno de mis escritos. Azorado de que lo reconociese tan pronto, me contó que tenía como disciplina al conocer a una autor acabárselo de inmediato: leer todo lo que estuviese a mano de él para conocerlo de cabo a rabo, hacerse un juicio general de sus obras y ponerlo en el lugar que le correspondía.

Pensar que hay autores consagrados que reciben libros de los jóvenes y jamás los abren u olvidan convenientemente en el buro del hotel.

Había un poco de truco en esto. Carballo me confesó que a su avanzada edad el sueño era una total quimera y pasaba largas noches en vela, durmiéndose acaso unos 30 minutos en la madrugada, atrapado en la soledad de su habitación. Así que tenía años aprovechando ese largo y sabroso insomnio para ponerse a leer cuanta cosa cayera en sus manos.

Eso sí es una buena disciplina para un crítico artístico, ¿cuántos lectores de a pie hacemos eso? Lo lamentable es que podemos y podríamos hacerlo.

Acabarse a un autor de principio a fin es una de las mejores maneras de compartir su travesía. Leerlo desde sus titubeos, los primeros textos consagratorios, sus obras maestras y las barbaridades que no pocos suelen dar a la imprenta al momento de perder el sentido del pudor. Conocerlo de la cabeza a los callos es una forma de entenderlo y digerirlo.

Hay gente que agarra a García Márquez y sólo se sumergen en “Cien Años de Soledad”, “El coronel no tiene quien le escriba” y “El amor en los tiempos del cólera” sin ir más allá. Si acaso leen “El relato de una naufrago” y dejan a medias “La Cándida Eréndira”, libro realizado cuando García Márquez al parecer vacilaba entre seguir el rumbo del Realismo Mágico o volverse un novelista político.

A veces “nos acabamos” a un autor sin darnos cuenta y en otras nos da pereza andar rastreando el resto del rostro de su obra. Hay gente que dice envidiar a quienes les falta un libro de Cortázar por leer porque ya se acabaron el manantial.

Yo por mi parte saqueo todo lo que me topo de Borges y el “bonus track” es que su obra es un magma oculto donde, de vez en cuando, implosionan textos dispersos que publicó en revistas o prólogos a libros ajenos, no pocas veces hechos por compromiso.

Si usted puede hacer la aventura de leerse por completo a un escritor, hágalo. Vale la pena ese acto de aprenderse y aprehender el legado artístico de un alma gemela. Muchas cosas que vagan en nuestra mente asumen su territorio al lograr al fin la visión de conjunto de una obra. EL UNIVERSAL.