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20 feb.- La reanudación de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos sigue prevaleciendo en muchos medios en la Florida y otras regiones. Sin embargo, una normalización que vaya más allá de una embajada y un embajador o encargado de negocios todavía tiene mucho terreno que recorrer.

En caso de convertirse en realidad, la nueva política afectaría aspectos vitales de inmigración, comercio exterior, turismo y otros asuntos que se relacionan intensamente con la Florida y otras comunidades, principalmente las integradas por hispanohablantes.

En la comunidad cubana de Estados Unidos y otros países, son muchos los que ven esto con esperanza ante posibles cambios en Cuba. Empero, otros estiman que Washington está tratando de “apuntalar” al gobierno cubano debido a la crisis económica casi permanente en el país, agravada por la que se está produciendo en la vecina Venezuela, la mejor aliada de La Habana.

Se trata de factores que, sumados a muchos otros de carácter económico, inmigratorio, escalada de la violencia en varios países, etc., pudieran llevar a una desestabilización regional con consecuencias impredecibles.

La política estadounidense hacia la América Latina se ha caracterizado por períodos de inacción y otros de reacción en torno a algún acontecimiento importante como la revolución castrista en los años sesenta, la rebelión constitucionalista dominicana en 1965 o el apoyo a los “contra” en los ochenta, por citar sólo tres casos.

Después de algún enfrentamiento en particular, América Latina desaparece de la lista de prioridades principales. Se discuten el intercambio comercial, tratados de libre comercio, programas de asistencia, organismos interamericanos, el narcotráfico, guerrillas, derechos humanos, problemas inmigratorios, etc. Pero en las últimas décadas nada ha sido tan importante para el Departamento de Estado como el Medio Oriente.

Después de la crisis de los misiles de octubre de 1962 y sobre todo después de la muerte del presidente John Kennedy y su hermano Robert, muy interesado en asuntos cubanos, Estados Unidos centró su política hacia la vecina isla en el embargo, iniciado en 1960 e intensificado posteriormente. También se ocupó en recibir cientos de miles de refugiados cubanos y de favorecerles en el trato inmigratorio, mientras se ha intentado contener la influencia cubana en la región. Ese último objetivo no fue alcanzado plenamente y mucho menos se consiguió aislar internacionalmente al régimen cubano.

Al aceptar en su territorio a una cantidad sin precedentes de exiliados cubanos, sobre todo en 1959-1962, 1965-1974, 1980 y 1994, Estados Unidos contribuyó a evitar gravísimos problemas al gobierno de Cuba. La llegada de exiliados se convertió después en una corriente inmigratoria por razones económicas, sobre todo después de la caída del bloque socialista y la terminación de la ayuda soviética a la isla.

Alrededor de dos millones de cubanos y sus descendientes residen en Norteamérica, entre ellos un buen número de senadores y congresistas federales, algunos miembros del gabinete presidencial, muchos legisladores estatales, varios embajadores y una larga lista de alcaldes de municipios. El pasado noviembre, un cubanoamericano fue elegido vicegobernador de la Florida.

Durante los 56 años del gobierno más prolongado en la historia de América, Estados Unidos ha promovido en Cuba la libertad de presos políticos y ha brindado cierto apoyo a los esfuerzos de liberalización de los disidentes y opositores, pero los planes de derrocamiento por medios violentos del comunismo en Cuba, por usar el lenguaje más conocido, fueron desapareciendo muy temprano. Se regresó en cierta forma parcial a una vieja política hacia ese país antillano.

La ausencia de controles estrictos en Cuba, como pudiera suceder en caso de producirse una desestabilización, preocupa a las autoridades estadounidenses. Todo eso es discutible, como lo es ayudar a perpetuar un sistema que entre muchas características tiene la condición de obsoleto.

Cuando se consideren todos los factores y no sólo los que llaman con mayor intensidad la atención, queda pendiente considerar con realismo la posibilidad de que la nueva política haya tenido en cuenta aquella vieja misión encomendada en su momento a gobernadores como “Mister Magoon” y a enviados diplomáticos regulares o especiales, como William Elliot González (hijo de cubano y norteamericana, embajador o ministro estadounidense conocido en Cuba como “Mister González”) en la década de 1910, y sus colegas Enoch Crowder en la del veinte y Benjamin Sumner Welles en los años treinta.

Todos ellos se enfrentaron a crisis que podían conducir a la famosa “desestabilización”. Curiosamente, hasta la suspensión de ayuda militar al presidente Fulgencio Batista se hizo en consideración a que su gobierno no podía mantener la estabilidad del país durante la guerra civil, lo cual perjudicaba intereses e inversiones estadounidenses.

Las misiones de ayer no son necesariamente equivalentes a la de hoy, ni tampoco ésta debe considerarse como la meta final de las negociaciones. Sin embargo, una mirada hacia la historia pudiera hacernos recordar que por los pasillos de Washington se pudiera estar evocando, a pesar de otros discursos y promesas, aquella política de 1906 para “mantener a Cuba tranquila”, una estrategia que quizás intenta aplicar en el 2015 la administración norteamericana.

Marcos Antonio Ramos es miembro de número de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

(Las tribunas expresan la opinión de los autores, sin que EFE comparta necesariamente sus puntos de vista).