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El “Chichí” tiene cinco años. Ha tenido suficiente mamá, como para no extrañarla el primer día de clase.

Los niños que han tenido suficiente mamá saben que ella no va a desaparecer, que va a estar ahí para cuando salgan de la escuela.

Son niños maduros porque han “internalizado” la imagen materna. Tienen esa “confianza básica” que menciona Erik Erikson.

Pero el “Chichí”, además, se ha entrenado muy bien con ese juego de cartas donde se tienen que hacer pares de números y si no se tiene la carta necesaria, se dice “go fish”, y se toma otra tarjeta del montón.

Lo conozco desde que era un bebé, y hasta me dice “Tío Pepe”, aunque, en realidad sería como su tío-abuelo.

Me parece que los adultos que hemos estado cerca de él nos hemos divertido tanto como él mismo en esa interacción que significa jugar a las cartas, formar columnas y dialogar sobre los asuntos de su entorno, incluyendo el factor cuántico.

“Chichí, ¿cuánto es cinco mas cinco?”

“Diez!”

“¿Y más diez?”

“Veinte!”.

Cuando el aprendizaje tiene un factor de goce, los niños tienen un buen inicio en los otros aprendizajes que vendrán.

Por eso, el Primer Día de Clases, fue todo un éxito.

Incluso, nos regaló su primera anécdota escolar.

La maestra había puesto a los niños a formar bloques.

De pronto, el campañerito del Chichí le presumió que tenía más bloques que él.

“No es cierto”, dijo el Chichí, ¿por qué no los cuentas?”

El otro niño solo podía contar hasta 10.

El Chichí contó casi hasta 40.

El niño se le quedó viendo como si fuera Einstein.

En ese momento, ambos descubrieron las bases de la ciencia, la comprobación de las hipótesis.

JFuentes@SCNG.COM

tallerjfs@gmail.com