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A Washington le está pasando lo que al marido infiel: una vez que se le perdió la confianza, cuesta trabajo recuperarla.

Esto viene al caso con las recientes declaraciones que se hacen con respecto a la Agencia de Seguridad Nacional (NSA).

Se dice que el espionaje de líderes extranjeros se atendrá a criterios “mucho más estrictos”.

¿Cuáles son esos criterios?

Simple: que no se espiará a “gobiernos amigos”.

Esto es una obviedad.

El problema es saber cuál sería el criterio de enemistad de los demás gobiernos.

“He dejado claro a nuestra comunidad de inteligencia que, a menos que haya un motivo de seguridad nacional convincente, no vigilaremos las comunicaciones de jefes de Estado y Gobierno de nuestros amigos cercanos y aliados”, prometió Obama en su discurso del día 17.

Peter Swire, miembro del Grupo de Análisis sobre Inteligencia y Tecnologías de la Comunicación designado por la Casa Blanca en agosto de 2013, dijo que la vigilancia a líderes extranjeros se atendrá a criterios “mucho más estrictos”, sujetos a “un proceso político que atienda a consideraciones económicas y estratégicas”.

Habría que recordarle a Obama, que en el pasado, Washington ha considerado como peligrosos a líderes como Nelson Mandela, y, aunque la cacería de brujas del macartismo parece ser cosa del pasado, en el aspecto interno, no es muy claro si esto ha quedado sepultado.