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A VECES, cuando voy al gimnasio me pongo a considerar: ¿Cuánto me habré ahorrado en tantos años que he seguido mis rutinas?. El precio de inscribirse al gimnasio es menos de un dólar al día, y, créamelo, es tanto lo que se recibe que simplemente el ahorro en agua en el regaderazo diario justifica los alrededor de 80 centavos que se pagan.

ESE costo del bienestar me parece baratísimo, casi regalado. Mis preocupaciones cambian cuando pienso en los tratamientos médicos. El costo de los servicios médicos y los medicamentos en una sociedad de mercado adquieren formas caprichosas. Por ejemplo dos medicamentos que al parecer son igual de eficaces para el tratamiento de la degeneración macular del ojo tienen una diferencia de 1,950 dólares. El Avastin cuesta $50 dólares los 100 mg, mientras que el Lucentis cerca de $2,000.

CUANDO el mantenimiento de la salud se convierte en un negocio mayor las cosas cambian un poco.

LA DIFERENCIA de precios en los servicios y medicamentos dependen del criterio de los médicos y el personal médico. Y estos, a su vez, están sujetos a las presiones de las compañías aseguradoras. Claro, teóricamente, el médico debería ver únicamente cuál es el mejor tratamiento para el paciente.

PERO la realidad es que cada avance de la medicina no llega por igual a todos los pacientes. En una nota reciente del NY Times, se dice, por ejemplo que Sovaldi, un nuevo tratamiento para la Hepatitis C, podría elevar el costo en alrededor de $84,000 dólares con respecto al tratamiento tradicional. Ante este escenario, probablemente muchos doctores preferirían no integrar los últimos y mejores medicamentos con tal de ahorrar un poco a las aseguradoras.

HE ESCUCHADO muchos casos en los que amigos y conocidos sienten que la cantidad de medicamentos y pruebas que se les hicieron dependió más del tipo de seguro que tenían que de sus necesidades. Aunque esto se basa más en argumentos anecdóticos, la realidad es que parece tener mucho de verdad.

LO QUERRAMOS o no, el aumento en las expectativas de vida va a traer como consecuencia un incremento de los tratamientos a largo plazo, esos que convierten el gasto en medicamentos en algo permanente.

ALGO se podría hacer para disminuir este gasto si se cambiaran los estilos de vida que nos llevan a las enfermedades (ausencia de ejercicio, comida chatarra, exceso de estrés, abusos de sustancias-), pero esto parece entenderlo solo una minoría.

ANTE ESTO, lo único que nos queda es ser muy vigilantes con el funcionamiento de la “industria médica”. Para esto, sería importante que se ofrecieran educación y herramientas informativas al usuario para comparar tratamientos y costos. Aunque puede haber muchas variables que pueden alterar el tipo de tratamiento, sería útil que el costo de estos y de las medicinas se publicaran en la Internet.