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TODOS los jueves, luego de salir de trabajar, llegaba puntualmente al parque El Dorado a entrenar al equipo de los Blue Flames, donde jugaba mi hijo.

LA RESPONSABILIDAD de coordinar los entrenamientos la compartía con Pablo Bussato, un inmigrante argentino que trabajaba en Los Angeles.

NOS divertíamos jugando futbol en la Liga AYSO. También aprendíamos muchos de la diversidad de las familias. Había niños rubios, morenos, pelo rizado, lacio- Pero a todos solo nos interesaba jugar.

CON Pablo, nos echábamos una “cascarita” con los niños, y pateábamos el balón con cierta precisión.

FUE en una de esas tardes, cuando uno de los padres de familia nos dijo: “ustedes los latinos tienen el soccer en la sangre”.

“NO”, le dije. “La verdad es que esto se aprende, y no solamente los latinos lo aprenden. También los alemanes, ingleses, italianos, irlandeses-“

SABIA que el padre de familia no tenía una mala intención, pero consideré bueno el momento para educarlo un poco, porque, después de todo, es parte de la convivencia y del juego.

EL PADRE de familia se sentía agradecido por el trabajo voluntario que hacíamos con Pablo (quien aparentemente ya murió de un cáncer), y al final del torneo, junto con los demás padres nos hizo un regalito..

AHORA que está en auge la Copa Mundial de Brasil, los padres de familia deberían pensar en las múltiples consecuencias que tiene este torneo internacional: ahí se ven representantes de países africanos, europeos, asiáticos, católicos, musulmanes, protestantes, shintoistas, budistas-

TODOS juegan por algo simbólico: ganar una copa, pero sobre todo “sentirse integrados”.

DE IGUAL forma ocurre en el deporte comunitario: los torneos se hacen como una forma de integrar a las diferentes familias que componen nuestras comunidades. Se gane o se pierda, esta es una buena oportunidad de juntarnos.

ES por eso que los efectos secundarios del futbol van mucho más allá del juego.

AUN me acuerdo cómo los padres cruzaban una breve conversación mientras sus hijos jugaban los fines de semana o cuando entrenaban. Para muchos, esta fue la puerta de entrada a otras interacciones con las familias de otros orígenes nacionales.

PARA MI, ese fue uno de los mejores tiempos, en que le enseñé a mi hijo a convivir y respetar la diversidad que somos en el Sur de California.

EXTRAÑO a mi compañero Pablo Bussato. Cada vez que paso por El Dorado recuerdo aquellos juegos en que el “cantadito” argentino se combinaba con unas carcajadas. Gracias Cheee, por lo que hiciste por los pibes.