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TURISMO CULTURAL: Jicotlán, el municipio más pequeño y el menos poblado de México

Asentado en Oaxaca, el municipio de Santa Magdalena Jicotlán es el más pequeño del país; tiene 89 pobladores y su economía se reactiva sólo por la visita de ex residentes en las fiestas patronales.
Asentado en Oaxaca, el municipio de Santa Magdalena Jicotlán es el más pequeño del país; tiene 89 pobladores y su economía se reactiva sólo por la visita de ex residentes en las fiestas patronales.
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SANTA MAGDALENA JICOTLÁN, Oax, mayo 13 (EL UNIVERSAL).- Joshua Márquez juega en medio de la calle desierta que está a un lado de la plaza principal del pueblo. El niño se entretiene azotando contra el suelo una gruesa cuerda. “¡Zum!”, se escucha y él se ríe por el sonido hueco que produce su juego.

Joshua es la única persona que, a las cuatro de la tarde, camina por la plaza de Santa Magdalena Jicotlán, el municipio que se distingue por dos cosas: es el más pequeño y el menos poblado del país.

Si se mira un mapa de Oaxaca es posible encontrarlo en la parte noroeste, a unos 174 kilómetros de la capital del estado. Este pueblo es, a la vez, un municipio con una extensión de 2 mil 654 hectáreas, pero sólo 70 de ellas son ocupadas por casas. Según el Censo de Población y Vivienda de 2010, aquí viven 94 personas. Pero los pobladores dicen que ese número ya pasó a la historia. Hoy sólo tiene 89 habitantes. El más pequeño aún no cumple el año. El mayor tiene 88. Es Don Vicente y hace unos días sus hijos se lo llevaron a la ciudad de Oaxaca, para una revisión médica.

Santa Magdalena Jicotlán fue una de las primeras comunidades que se fundaron en la región mixteca. Su iglesia, de estilo barroco, terminó de construirse en 1734, dice Moisés Cruz. Él nació aquí, es antropólogo y se ha ocupado en reunir parte de la historia de su municipio-pueblo.

Según sus registros, en 1900 había 621 habitantes. En los 50, dice Moisés, la población empezó a migrar cuando la cosecha de temporal y la cría de cabras ya no daba para vivir. En los 80, “la población se desploma”. En esos años comenzó a ser una costumbre que todas las casas tuvieran a más de tres familiares en el Distrito Federal, Estado de México, Veracruz, Puebla, Nueva York y Chicago.

Los niños y adolescentes también se fueron con parientes o a internados a continuar sus estudios, porque durante muchos años, en este municipio, sólo se impartió hasta el cuarto de primaria.

– Pueblo con pocos niños

El kínder de Santa Magdalena Jicotlán cerró porque no hay niños suficientes. Joshua Márquez asiste, junto con los otros nueve niños que están en edad escolar a la escuela primaria Francisco I. Madero. Ahí, la maestra Rosa Chávez, atiende a dos niños de preescolar y a los ocho que cursan diferentes años de primaria. Ella también es la directora.

En este municipio no hay mercado, sólo funcionan tres tiendas. El centro de salud está vacío. Si alguien enferma tiene que esperar al médico que sólo pisa estas tierras una vez al mes o a la enfermera que llega tres días al mes. La otra opción es trasladarse a Tamazulapan.

Por sus calles vacías, por todas las casas sin habitantes que están cerradas con candado, por la soledad que se respira, Santa Magdalena Jicotlán es conocido en la región como “el pueblo fantasma”.

El silencio que reina en este municipio sólo se rompe por el zumbar del viento, el trinar de los pájaros que atiborran los árboles de la plaza, las campanadas de la iglesia que llaman a misa y del reloj que cada hora anuncia su presencia.

– Sin necesidad de policías

Hace ya tiempo que este municipio fue habitado por indígenas chocholtecos y nahuas. Ahora, en el pueblo, nadie habla una lengua indígena. Pero eso no impide a sus pocos pobladores conservar antiguas costumbres, como realizar trabajo comunitario o tequio.

El tequio no sólo se utiliza para realizar obras en la comunidad. Todos los domingos por la mañana una comisión de ciudadanos tiene como tarea barrer la plaza principal, el kiosco y las calles aledañas. “Ya se hizo costumbre, se hizo ley que todos tenemos que apoyar para barrer: desde el presidente municipal hasta el último vecino”, dice Adán López, el actual presidente municipal.

Otra antigua costumbre que aún se preserva es la elección de autoridades con el sistema de usos y costumbres.

La gente dice: “Yo propongo a fulano, a sultano, a perengano”, explica Adán López. Así lo escogieron a él. “Aquí no puedes decir que no, a menos que sea por una causa muy fuerte, como una enfermedad. Aquí no tienes otra, más que entrarle”, dice este hombre, quien combina su cargo con la siembra de trigo.

Adán López fue miembro del Ejército durante diez años. Se fue de Santa Magdalena Jicotlán en 1966, regresó una década después para cuidar a sus padres, quienes nunca salieron del pueblo. “Como yo soy el más chico de mis hermanos, y todos se habían ido, a mi me tocó regresar para cuidar a mis papás”, explica.

Adán López, de 62 años, ya tiene experiencia en la presidencia. “Ésta es la cuarta vez que soy presidente, pero no ha sido de corrido. Se tiene que dejar un tiempo, para que pueda volver a ser electo”, confiesa con orgullo. “Recibimos una dieta de dos mil 500 pesos al mes”, aclara.

Aquí no hay policías, “hay auxiliares”, dice Adán López. Seis ciudadanos, también elegidos en asamblea, son los encargados de realizar las labores de “vigilancia”. No portan uniforme ni armas. En realidad, su trabajo consiste en avisar al presidente cuando llega alguien “de afuera”. Reciben 300 pesos mensuales.

Moisés Cruz, el antropólogo, regresó a Jicotlán hace dos años. También lo hizo por las mismas razones que Adán López: cuidar a sus padres. Él fue elegido por la asamblea como tesorero del municipio, un cargo que no le gusta. “Me tengo que chutar la tesorería, sin saber de contabilidad, así que me he tenido que poner a estudiar para hacer esto”, dice.

El presupuesto que tiene este municipio, si se suma lo que recibe por el Ramo 28 y el Ramo 33, es de poco más de un millón 100 mil pesos. Moisés asegura que no puede darse la corrupción, porque “tenemos una comisión de Hacienda, integrada por cuatro personas y los cuatro revisan los informes”. Además, dice, si alguien se atreviera a hacerlo, todos se enterarían, todos lo señalarían.

– Los que se quedan. Los que se van

Serafina López vive en Santa Magdalena Jicotlán desde que nació hace 73 años. A diferencia de sus paisanos, ella no migró, pero sí lo hicieron su esposo y sus hijos mayores. Su esposo regresó; murió hace algunos años. Ahora, Serafina vive con su hija menor, Leticia, y su nieto Joshua.

Esta mujer no añora salir de su pueblo. Mucho menos cuando mira las noticias y escucha que la violencia ya traspasó las ciudades y ha provocado que la gente se vaya de sus ranchos o sus pueblos. “Yo estoy muy a gusto aquí, porque se lleva una vida muy tranquila, sin ningún peligro. Todos nos conocemos”, dice.

Por esa tranquilidad es que regresó a su pueblo, después de 40 años afuera, Porfirio Guzmán. Hace menos de un año se jubiló, agarró sus cosas y se instaló en su pueblo. “Regresé porque miré que el pueblo se estaba quedando sin gente”.

Y por ser un pueblo sin gente fue que Leandro Mimiaga, originario del Distrito Federal, decidió vivir en Jicotlán. “Me gusta la soledad. Aquí nadie me molesta”, dice. Leandro conoció este pueblo porque su esposa nació aquí. Ahora ella vive en el Distrito Federal y él dejó el ajetreo de la ciudad por el silencio de Jicotlán.

Son pocos los que regresan a Santa Magdalena Jicotlán. Muchos de los que se van, sólo regresan para participar en alguna de las celebraciones del pueblo. Sobre todo llegan a finales de diciembre o el 22 de julio. Ese día, se festeja a Santa María Magdalena, patrona del pueblo.

“Debería venir ese día, para que vea como el pueblo se llena de gente. No parece que sea el pueblo fantasma que dicen que es”, dice Leticia Márquez, la mamá de Joshua, el niño que juega en la plaza.

Después de las fiestas, la soledad regresa a Jicotlán. “A los que nos quedamos nos da una especie de depresión post-fiesta”, dice Moisés Cruz. “Se resigna uno a esperar que llegue la siguiente celebración para que venga la gente”.

“Este municipio no se acabará. Así, con poca gente, podrá durar otros 100 años”, confía Moisés. Y Adán López remata: “Tengo 50 años escuchando que Jicotlán se va a morir y no es cierto. No se va a morir. Jicotlán seguirá, porque unos regresan y otros se van. Así ha sido”.

Leticia dice que en unos años más se tendrá que ir del pueblo con su hijo Joshua, “para que el niño continúe con sus estudios”. Cuando su mamá no lo escucha, el niño confiesa que él ya quiere irse, porque “extraño a mis primos”.

Lo más probable es que se muden a Ecatepec o a Nezahualcóyotl, en donde se puede encontrar a familias originarias de Santa Magdalena Jicotlán.