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Un jardín clásico persa.
Un jardín clásico persa.
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Kashán (Irán), 28 may (EFE).- El jardín clásico persa, con su especial atención a la simetría y geometría, trata de recrear el paraíso en la tierra y es uno de los lugares de relajamiento más buscados por los iraníes, grandes amantes de la naturaleza.

El diseño característico de los jardines persas data de 4.000 años antes de Cristo, según dibujos de cerámicas de la época, si bien tomaron fuerza y se difundieron más allá de Persia sobre todo durante el tiempo de la dinastía Aqueménida y el reinado de Ciro II el Grande (año 550 AC) y vivieron su gran evolución con la llegada y expansión del islam.

A estos vergeles floridos levantados en el árido Irán se atribuye el nacimiento de la palabra “paraíso”, derivada del viejo vocablo persa “paridaida”, que designaba un área cerrada por un muro y se utilizaba para describir los jardines.

Y es que estos espacios verdes persas tratan de traer para su disfrute en la tierra un pedazo del edén donde reinen la calma, la paz, el murmullo del agua, las bellas fragancias, el correr de la brisa y el mecerse de las ramas y flores al viento.

Por su exquisitez, su diseño variado, su destacado estilo arquitectónico y, no menos importante, por ser un elemento esencial de la cultura iraní, el jardín persa fue declarado en 2011 Patrimonio de la Humanidad.

La UNESCO destacó nueve selectos ejemplos que pueden visitarse hoy en distintas ciudades del país, entre los que están los restos de los jardines reales de Pasargad, levantados por orden del gran Ciro en el año 529 AC en la provincia de Fars; el romántico parque de Eram, en Shiraz, o el de Chelsotun (Cuarenta Columnas), en la bella Isfahán.

Otros ejemplos seleccionados son el Bagh e Shazde, en Kerman, un impresionante oasis enmarcado por un seco desierto, o el Bagh e Fin en la ciudad de Kashán, al sur de Teherán y uno de los mejores ejemplos de la estructura de Chahar Bagh: cuatro cuadrantes divididos por senderos o canales de la omnipresente agua.

Las otras tres formas comunes son la de Hayat, en la que priman las estructuras construidas, como arcos o piscinas, y abunda el uso de la gravilla; la de Meidan (plaza), con más énfasis en los elementos naturales y abundancia de árboles y plantas, y el Parque o Bagh, en el que pierde valor lo construido por el hombre y ganan los elementos verdes.

Los jardines persas se caracterizan por la presencia de cuatro elementos del edén zoroástrico: el cielo, la tierra, el agua y el mundo vegetal, y suelen comprender también bellos y armónicos edificios, pabellones, murallas y sistemas de regadío complejos.

El agua es un elemento fundamental en sus diferentes formas, estancada, corriente, saltarina o brotando de hermosas fuentes de piedra.

La elección de las flores no es baladí y destacan en el gusto persa las que tienen propiedades aromáticas, como la dulce fragancia de la flor de la seda o la adelfa (utilizada para repeler insectos), las que tienen usos medicinales o aquellas cuyas hojas o frutos se pueden emplear para preparar mermeladas y dulces.

Los nombres de flores, como Nargués, Nilufar, Nastarán o Yasamán, abundan entre las mujeres iraníes.

Desde la época de los aqueménides y a través de la literatura persa, la idea de un paraíso en la tierra se extendió por otras culturas: influyó los jardines helenísticos, los de Alejandría (Egipto) y llegó a modificar el diseño paisajístico desde Al Andalus hasta la India, donde la Alhambra y el Taj Majal son algunos de los mejores ejemplos de la influencia persa.

El Bagh e Fin, en Kashán, de 23.000 metros cuadrados, está entre los tres de Irán que atraen a más visitantes, fue construido en el siglo XVII por orden del rey Abás I y está protegido por un alto muro con almenas y torres cilíndricas.

Levantado en el punto más alto de la ciudad, disfruta de varios grados menos que el centro urbano, lo que, junto a su paz, atrae a muchas familias y parejas que acuden a pasar las tardes alejados de los problemas cotidianos, respirando aire fresco y charlando.

Los niños corretean descalzos por los canales azules llenos de agua y son de los que más disfrutan del lugar, junto con las jóvenes parejas que se toman de la mano sentadas en los bancos, alejadas de miradas ajenas por las ramas de los cipreses y sicomoros.

El amor por la naturaleza es uno de los elementos definitorios del carácter iraní y ha sido loado por los más grandes poetas persas, como Hafez, Sady o Ferdosí.

“¿Qué hay mejor que el placer, la charla, el jardín y la primavera?”, se preguntaba en uno de sus versos Hafez.

“Me gustan los jardines porque amo la naturaleza y la belleza, que me aportan mucha tranquilidad y me cambian el animo”, dice a Efe Farhad, un paseante de 35 años que cree que “la vida actual es demasiado industrial y el ser humano necesita la naturaleza”.

Maryam, residente de Teherán en la cincuentena, explica que tiene un pequeño jardín en el norte al que acude siempre que puede para descansar y respirar, un espacio que es “lo que más se disfruta en la vida”. EFE