No hay un lugar en todo el mundo como el puerto de Ibiza en una noche de verano. El espectáculo, alimentado por la excentricidad y la frivolidad de los multimillonarios, excitados por sus facturas prohibitivas, supera todo lo imaginable. El desfile de personalidades es tal que basta con sentarse en una terraza y dejar pasar el tiempo contemplando el exceso. Cuanto más tarde mejor.
Pero el ruido y la vivacidad de la masa visitante que inunda Ibiza durante 14 semanas oculta su valor histórico, cultural y arquitectónico. En 1999 la Unesco declaró patrimonio de la humanidad la acrópolis de Dalt Vila (el casco antiguo de la ciudad de Ibiza), la necrópolis fenicio-púnica de Puig des Molins y el asentamiento fenicio de sa Caleta, vestigios de los primeros asentamientos de la isla.
DALT VILA, “LA CIUDAD DE ARRIBA”.
Ibiza fue una de las ciudades más importantes del mediterráneo occidental durante los siglos de esplendor púnico, del siglo VI al II a.C, cuando comerciaba con ciudades de Andalucía, la costa levantina, el norte de África, Italia, Grecia o el Oriente. Más tarde llegarían cartagineses, romanos y musulmanes, hasta la conquista catalana a manos del Reino de Aragón, en el siglo XIII.
Su silueta, coronada por la catedral de Santa María, el edificio más emblemático de la ciudad consagrado en 1235, conserva un singular legado histórico, conformado por el recinto amurallado mejor conservado del Mediterráneo. Su construcción fue impulsada por Carlos I y Felipe II para mantener y defender los territorios de la Corona española. El lugar fue reservado para el estamento eclesiástico, las familias adineradas y los organismos públicos.
Cuando la isla dejó de ser el blanco de los ataques de piratas turcos y berberiscos, la acrópolis, conocida como Dalt Vila (la “ciudad de arriba”) quedó en pie para la posteridad como testimonio de aquella época. Todavía hoy es posible pasear entre callejones empinados, caserones cerrados, ventanas góticas y jardines ocultos, cuyos rincones esconden una bellísima mezcla de estilos históricos.
Además, es un lugar fantástico para contemplar la maravillosa vista del puerto y de la bahía. Los baluartes de la fortaleza se han convertido en improvisados miradores sobre la ciudad, desde donde también se puede distinguir la isla de Formentera. Por la noche, se aprecia la colorida iluminación y la música de las discotecas, que agresivamente disfrazan la luz de las estrellas y el sonido del Mediterráneo.
JOYAS DE ARQUEOLOGÍA.
Los aficionados a la arqueología podrán disfrutar del poblado fenicio de Sa Caleta, declarado Patrimonio de la Humanidad, y en el asentamiento púnico-romano de Ses Païses de Cala d’Hort.
Ambos se encuentran situados en enclaves privilegiados donde todavía se mantiene el orden natural y se puede disfrutar de puestas del sol mágicas. La más famosa es la que se puede apreciar desde la Torre des Savinar en la Reserva Natural de Cala’Hort. La presencia de los imponentes islotes de Es Vedrá y Es Veranell rompen la monotonía del horizonte y se alzan como dos colosos en medio del cielo. El sol, al perder su fuerza, se esconde tras su silueta, dibujando con espectaculares colores una de las imágenes más emblemáticas de Ibiza.
El yacimiento de Sa Caleta es el lugar donde probablemente se ubicó la primera ciudad fenicia de las Pitiusas (fundada en el siglo VII a.C). Este gran establecimiento, descubierto en la década de los 80 y 90, está construido por una trama urbana con callejuelas y placitas. El barrio sur es el único que está en exposición, protegido por una verja.
VIAJE A LA MUERTE EN LA IBIZA ANTIGUA.
Puig des Molins es una pequeña colina coronada por varios molinos que en los siglos púnicos fue una inmensa necrópolis, hoy preparada para las visitas. Allí se encuentra el Museo Monográfico del Puig des Molins, que ofrece un recorrido por la muerte en la Antigüedad a través de los materiales recuperados en las tumbas fenicias, púnicas y romanas.
Las campañas de excavación, iniciadas por la Sociedad Arqueológica Ebusitana en 1903, han proporcionado una extraordinaria colección de cerámicas, joyas, amuletos y figuras de terracota que permiten rastrear la evolución de las creencias y los ritos funerarios de las sociedades que en otro tiempo habitaron la isla.
El elemento más abundante y característico del yacimiento son los hipogeos púnicos: tumbas subterráneas cavadas en el interior de la roca, de lejana tradición egipcia y plenamente adoptado por la cultura cartaginesa, que constan de un pozo rectangular de acceso y una cámara subterránea.
Los ajuares son mucho más numerosos y variados que los fenicios. Incluyen elementos del tocado y adorno personal (cuentas de collar, joyas), elementos de significado mágico religioso (huevos de avestruz, terracotas, escarabeos) y recipientes de cerámica, que tenían un valor funcional.
Destaca el busto de la diosa Tanit, una de las más importantes de la mitología cartaginesa, convertida en un verdadero símbolo de Ibiza. No es extraño ver comercios con el nombre de Tanit e incluso mujeres que se llaman así. La diosa representa el amor, la fertilidad, la vida y la prosperidad.
Efe-Reportajes.