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“Todos hemos venido desde lejos siguiendo una esperanza. Aquella de una vida mejor a través de nuestro trabajo. Nuestro país de origen, por distintas razones, fracasó al no proveernos de esa oportunidad que todo individuo debería tener.

Ante la imposibilidad de ver mejora en nuestras vidas en la tierra donde nacimos, vinimos a este país que ha sido por excelencia, la ruta de millones de inmigrantes que como nosotros, buscaban mejorar sus vidas y la de sus familias, viniendo a esta tierra prometida donde las posibilidades son tan grandes como lo sea nuestra capacidad y deseo de buscarlas.

No vinimos a mendigar ayuda. Hemos venido a ofrecer nuestro trabajo arduo, esa fuerza de trabajo que ayude a este país a seguir siendo el baluarte de la oportunidad y de la libertad que ha sido y debe seguir siendo.

Muchos tal vez nos tomen por oportunistas, porque llegamos aquí sin invitación y sin papeles y digan que estamos compitiendo por los trabajos que otros con documentos podrían obtener.

Pero la verdad ha sido ya suficientemente discutida. Muchos de esos trabajos no son buscados por esas personas “autorizadas” para trabajar. Las pobres condiciones, los bajos salarios, la carencia de beneficios y otros factores, hacen que esas faenas sean poco deseables. Solo nosotros, ante las limitaciones que nuestra condición nos da, nos atrevemos a hacer esos trabajos que muchas veces, hasta posan como un peligro para nuestra salud. Todos esos hermanos trabajando en los campos, por ejemplo, sembrando y cosechando frutas y verduras, se exponen a químicos y fertilizantes que en su gran mayoría deberían ser prohibidos, pero por una razón o por otra, no lo son o se utilizan ‘bajo el agua’.

Nosotros somos la comunidad más vulnerable. Y aunque les pareciera a algunos que somos los menos indicados para exigir derecho alguno, no nos equivoquemos… hay derechos inalienables que nadie nos puede negar.

Y es que, como dije antes, no venimos a mendigar nada. Vinimos a ofrecer nuestro trabajo.

Nuestro sudor riega estas tierras. Nuestro cuidado las cosecha. Nuestra mano levanta sus frutos, que terminarán siendo consumidos por algún extraño que no se enterará nunca de las jornadas largas, del sudor y las lágrimas que hicieron crecer esas cosechas, de las manos cansadas que recogieron y empaquetaron lo que ha llegado y seguirá llegando a sus mesas, y posiblemente de las manos que también se los servirán.

Y no, no esperamos que nos agradezcan por ello. No esperamos una estatua ni mención honorífica alguna. Pero dos cosas si exigimos: respeto y justicia. El respeto que muchas veces no nos han dado. La justicia que a través del tiempo y en repetidas ocasiones se nos ha negado.

Nos llaman ilegales. Nos tratan y nos cazan como criminales. Nos recluyen en lugares indignos donde se nos abusa y nos obstruyen nuestros derechos. Destruyen a nuestras familias. Y al final, nos expulsan a nuestros países, donde empresas norteamericanas y la sombra de su dominio hegemónico, se han apoderado de los recursos naturales, han comprado a políticos para su servicio particular. Al final, a nosotros y a nuestra gente, no nos queda de otra más que emigrar a otro lugar.

Es por eso que regresamos nuevamente aquí, arriesgando muchas veces nuestras propias vidas, otras a que nos encarcelen como criminales cuando lo único que procuramos es trabajar para proveer a los nuestros con una vida digna.

Nos llaman ilegales. En este país, donde otros antes que nosotros, llegaron buscando oportunidades.

¿De qué papeles se valieron los primeros inmigrantes que pusieron pie en esta tierra? ¿A quién otorgaron pago por el uso de este suelo? A nadie. Ellos hicieron uso de un derecho universal, de poseer la tierra que nadie más reclamaba. Aunque nosotros sabemos mejor. Estas tierras ya pertenecían a alguien. Y esos nativos fueron siendo desterrados de forma belicosa. Sus terrenos fueron expropiados, para que una ola de extranjeros pudiera tener las oportunidades que en sus patrias no habían podido encontrar.

Pero no se trata de poner el dedo en la herida. La historia es como es, nadie la puede cambiar.

Desde entonces, este ha sido un país meramente hecho por inmigrantes de todas partes del mundo. Las mentes más brillantes han venido aquí a pedir asilo y cobijo. Millones de manos erigieron maravillosas ciudades y las abastecieron para su subsistencia.

Fue así como poco a poco, se fue dando una nación que se ha mantenido en la vanguardia mundial en infinidad de aspectos.

Es por eso que, también como inmigrantes, no pedimos, exigimos una retribución justa por lo que ofrecemos a esta nación. Porque nosotros conformamos la base de lo que hoy día la sostiene.

Queremos que se nos tome como lo que somos: trabajadores, no criminales. Queremos que se nos trate justamente y no indignamente. Todos aquellos que trabajamos, queremos que este país nos abra las puertas a la oportunidad de crecer, de desarrollarnos, de aportar cada vez más. Porque a eso hemos venido.

Mándenos sus comentarios a: rmsandoval@live.com

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